Hola amigos un placer saludarles nuevamente, aunque en esta oportunidad escriba desde la esperanza de que en mis próximas líneas todo marche mejor que hoy.
Soy una madre venezolana, que en un momento de rabia dijo “no pienso parir en un país como éste hasta que las cosas se arreglen, tengo miedo de lo que pueda padecer” y a los seis meses, sin planificarlo, venezuela, me enteré que estaba embarazada. Porque la lengua es castigo del cuerpo.
Mi embarazo fue una constante prueba de inteligencia emocional, porque cuando estás en la dulce espera te dice tu médico que no puedes llevar sustos, que no puedes tener emociones fuertes y eso fue prácticamente imposible en un país donde la inseguridad está a la orden del día.
En esos meses de la dulce espera, presencié un robo, estuvieron a punto de robarme la batería de mi carro y robaron a mi esposo. Todo en ese periodo que “se supone” debe ser tranquilo.
Al ver eso, me di cuenta de que esto de ser mamá no sería nada fácil en este país, Venezuela, mi país por cierto y que no lo niego a pesar de lo que pueda ocurrir en él.
Una como venezolana y como mamá, vive rogando correr con suerte de conseguir el medicamento que necesita tu pequeño cuando se enferme, porque tu prioridad es verlo sano y salvo.
¿Correr con suerte? ¿Es posible que los venezolanos estemos sometidos a una cuestión de suerte todo el tiempo? Suerte de que no te maten, suerte para conseguir comida, suerte de poder conseguir lo que buscas. Y esto es desde que nos despertamos hasta que volvemos a nuestra casa.
Es triste vivir con una incertidumbre total, con no saber si tus hijos estarán bien, sobre todo las que son madres de hijos mayores de edad, es triste vivir sintiendo que si tus hijos salen no volverán. Además, es triste ver a tus hijos emigrar, despedirse, ver familias divididas por colores, es triste la intolerancia y el radicalismo venga de donde venga.
Es triste también ver a tus hijos divididos. Ver que solo les importan sus intereses personales y dejan muy de lado lo que una madre necesita, porque se volvieron indolentes ante el dolor de la madre que los vio nacer.
Es triste ver como hablan mal de ti, muchos que tu vistes nacer, ver morir a jóvenes y además ver tanta represión. Porque cuando somos madres, somos madres de todos los hijos del mundo, leí por allí.
Y es que al igual que nosotras, nuestro país, Venezuela, lleva nombre de mujer y es madre y actualmente está triste, por lo que se ha convertido.
Supongo que los deseos de las madres son similares, así que Venezuela al igual que yo, desea ver a sus hijos unidos, desea salir de tanta oscuridad, desea poder comenzar de nuevo, reinventarse y demostrar al mundo entero que sí se puede, que tenemos todo para ser una de las mejores naciones del mundo, una donde no sea imposible vivir en paz, conseguir medicamentos, tener seguridad ciudadana, conseguir comida, acabar con la corrupción, rescatar tantos valores perdidos. Merecemos ser parte de los principales titulares de periódicos del mundo, pero por noticias positivas porque los venezolanos somos talentosos.
Como madre, al igual que Venezuela, me preocupo, porque no sé qué será del futuro de mis hijos, no sé si ellos quieran vivir conmigo, o quieran salir corriendo por miedo a que los maten.
Cuando veo sonreír a mi hija, deseo verla crecer sonriendo en este país, correr por los parques de este país que yo tanto disfruté de pequeña y que al igual que muchos otros lo han hecho últimamente, me pregunto ¿a dónde se fue? Eso mismo debe sentir Venezuela por cada uno de sus hijos: AMOR Y DESEOS DE QUE PERMANEZCAN AQUÍ.
Hoy les digo, que la verdadera mamá guapa y apoyada, se llama Venezuela, es una nación guerrera, que ha aguantado mucho y que aun así tiene esperanzas de comenzar de nuevo.
Por eso, hoy como madre, dedico mi columna, a la mejor de las madres, la que me vio nacer y me cobijó: Venezuela.
Y recuerden… ¡Debemos honrar nuestras raíces adonde quiera que estemos y destacarlas con orgullo!
¡Hasta un próximo biberón!
Jacmibel Rosas
La mamá guapa y apoyada
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