Hay un estudio que asegura que una gran cantidad de las mujeres que han sido maltratadas física y psicológicamente por su pareja, se acostumbran tanto a vivir de esa manera que pierden la voluntad de cambiar de cónyuge y en muchos de los casos cuando finalmente logran liberarse de ese yugo, se convierten en un imán que atrae personajes de la misma calaña. Es como una necesidad, resultado no solo de los golpes sino del poderoso abuso verbal cargado de improperios explosivos que detonan sobre la cada vez más vulnerable y frágil seguridad de la persona.
El abusador se convierte en terrorista, descubre las debilidades de su concubina y explora día a día la personalidad de la misma, para encontrar nuevas maneras de quebrar su autoestima, de producirle un apego enfermizo, de hacerla sentir que sin él, ella no es nadie. Se transforma en una imagen paterna, un excelente controlador, manipulador, que extrañamente triunfa en hacer sentir a su pareja protegida, un hecho bastante irónico tomando en cuenta una historia de años de tortura.
Se han conocido miles de situaciones de esposas que salen a trabajar y solas mantienen el hogar con un esposo abusivo y holgazán. También hay esposos delicuentes que pagan las frustraciones de operaciones fallidas dándole cachazos con su armamento a la mujer, ocasionando cotusiones, marcas imborrables e incluso la muerte. Están los celópatas que cuestionan hasta el pensamiento de su pareja y descargan su furia sobre ella solo por suponer lo que ronda por su mente. No se imaginan las atrocidades de las que me enteré leyendo durante una semana sobre el maltrato doméstico. Fueron más de 150 casos que estudié que me dejaron agotado sentimental y espiritualmente. Después de sumar esa información a mi mente, no paro de pensar en que una buena cantidad de venezolanos está sufriendo maltrato doméstico de parte de un mismo marido.
Ayer estuve en Barcelona, en casa de mi madre y se fue la luz tres veces. Me tuve que bañar en el patio con un pequeño balde y un pote vacío, de esos donde venden el arroz chino, porque nunca llegó el agua. Vi colas interminables en abastos Bicentenario, en Sigo la Proveeduría, en Farmatodo, imágenes que me recordaron escenas de la película “12 años de Esclavo” donde los marginados hacían la fila para optar por algún beneficio, como si no fuera un derecho humano, sino un regalo. Es inconcebible creer que todavía quedan simpatizantes de un gobierno marginador como el de Venezuela. Una de las críticas que recibo por parte de esos simpatizantes, cuando ya no tienen argumentos para debatirme, es que yo soy un “cobarde” por haberme ido, al igual que todos los que se fueron.
Pero volvamos al ejemplo del maltrato. La mujer tiene la opción de denunciar al esposo y apuntar a que lo priven de libertad, eso la convierte en una valiente por no callar pero si nadie la escucha igual sigue atrapada, entonces tiene que huir de casa, buscar otro futuro, una mejor calidad de vida. En estos casos es normal el cuestionamiento por parte de los familiares quienes la juzgan por “rendirse” y no luchar por su matrimonio. Para su círculo no es un acto de valentía sino de cobardía. Es una cuestión de perspectiva, les digo la mía: la mujer podría quedarse en casa, cambiar la cerradura, comprarse un bate, hacer un curso de defensa personal, lo que podría desembocar en más violencia al punto de una fatalidad, pero eso sería valiente. Cobarde sería que se quede sin tomar cartas en el asunto, recibiendo golpes y daños, únicamente por proteger su “unión sagrada”.
Hay quienes huyen del abuso, hay quienes se quedan denunciando, hay quienes se siguen dejando manipular y no culminan la relación con el abusador que se apoderó de sus mentes y siguen recibiendo golpes de agua, golpes de comida, golpes de eléctricidad, golpes de transporte, golpes de petróleo, golpes económicos, golpes de salud. No hay zona en los cuerpos de los venezolanos que no haya fracturado el gobierno. Opino que es más cobarde el que trata de mantener una relación tan dañina y no se pronuncia en contra del abuso, también quien se presta para recibir puñetazos de otra gente, aún después de la muerte de su pareja porque no sabe perder el hábito. Todos tenemos derecho a vivir mejor. Dile NO al maltrato doméstico nacional.
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