COMO UN RELOJ DE ARENA
Por: Sandra Villanueva
No voy a hablar de los hechos ocurridos en la semana como el asalto a la Asamblea Nacional, las violaciones a los derechos humanos, los golpes de Estado “legalizados” en contra de instituciones, la fiscal y la Constitución. Sobre estos temas hay muchos y mejores analistas que yo, pues la verdad, como he venido diciéndoles en columnas anteriores, los hechos sobrepasan mi capacidad de análisis periodístico y ciudadano, y lamentablemente hay que ser prácticamente pitoniso para saber el desenlace de esta historia. Somos un país tan mágico para lo bueno como para lo malo; lo que sucede en Venezuela no es normal, pues por menos de lo vivido en otras latitudes han caído dictaduras en manos de la ciudadanía, las fuerzas armadas o intervención extranjera. El problema es que en Venezuela no tenemos un gobierno rodeado de instituciones normales, en Venezuela, al parecer, todo apunta a que tenemos un Cartel.
Pero, repito, no me voy a extender en la situación, pues no tengo las respuestas que usted necesita leer. Voy a hablarle de cómo me siento yo, de cómo se siente usted. ¿Oo siente que tiene todo “PERFECTAMENTE DESCONTROLADO?” ¿Que la vida está de cabeza y no sabe como voltearla? Durante estos días la ansiedad nos consume. Tengo la sensación que la vida es como un 31 de diciembre en donde si no corro me va a agarrar las 12 de la noche y no voy a poder llegar a abrazar a mi mama. Un 31 eterno que marca el fin de una era y comienza otra completamente incierta y desconocida que no sabemos si será para bien o para mal. Una sensación de capítulo final, una especie de hora cero que que marcará un antes y un después. El problema es que no es un 31, es un “30”.
En los días transcurridos la mejor imagen que puede reflejar mi estado es un reloj de arena, en donde el tiempo se consumé y algo, no sabemos qué, debe suceder antes que el último granito caiga sobre el otro montículo. Así estamos, en una carrera con sensación de meta inalcanzable. Las cosas se nos olvidan, estamos nerviosos, dispersos, distraídos. Hemos abandonado nuestras rutinas diarias por horas frente a las redes sociales. Nuestro mantra favorito es “hay que esperar a ver qué pasa”, así llevamos más de 18 años.
El sueño se me ha trastocado, duermo en el día y tengo insomnio en la noche, mis rutinas alimenticias van de la mano de una profunda ansiedad que vacila entre no tener apetito y el deseo de tragarme una vaca. Hago planes que no van de la mano con mi estado de ánimo y que por lo general merman en el intento, ya sea por depresión o simplemente porque la calle no lo permite. Todo se pospone, se prolonga, se paraliza, una especie de “día de la marmota”. He prendido más velas y rezado a más santos que cuando hice la primera comunión. Tengo una bipolaridad extrema que va del entusiasmo y el positivismo exacerbado a la depresión y el subsuelo.
A veces siento que estoy a bordo de un barco que se hunde y que poco a poco muchos se lanzan al agua para salvarse. Se me corta la respiración cada vez que oigo que alguien se va de país, y una foto en el mosaico de Cruz Diez del aeropuerto, es como una puñalada en el pecho, así sea la foto de un desconocido. Siento que nos estamos quedando solos y que a cuenta gotas se nos va la gente. La imagen que ronda mi cabeza, y comparto con los de mi generación es la de la película ” La Historia sin Fin”, en donde LA NADA pasaba y arrasaba con todo, dejando el lugar vacío y desolado. A veces así visualizo a Caracas… Las noches oscuras, sin postes de luz encendidos, la desolación, los escombros y restos de fuego de las guarimbas durante la noche, acompañados de la gente rebuscando comida en la basura me hacen sentir en el set de “THE WALKING DEAD” (la muerte andante), pero no es un set, es mi patria.
Es un reloj de arena… Tic tac tic tac, para donde vamos, para donde va esto…quiero pensar en mañana, pensar en futuro, tener derecho a soñar, a hacer planes, tener la certeza de programar mis días, mis noches, mi tiempo. Contra todo pronóstico soy como los músicos del TITANIC, yo sigo tocando hasta el final y, como verán después de tantos años, yo no me voy de aquí sin saber el desenlace. Quiero ser parte de la reconstrucción de esta patria, arrancar todos los escombros de esta etapa nefasta de la historia para pintar de nuevo de colores las calles y la vida. Solo le pido a Dios que esto haya sido una enseñanza, un escarmiento para valorar más a esta tierra, sus maravillas, lo privilegiados que fuimos en vivir aquí, haber conocido esa Venezuela de la que se enamoraron mis abuelos inmigrantes. Una Venezuela de clima único, gente hermosa, en donde cualquier semilla crecía hasta en el asfalto. En donde quien trabajaba podía vivir dignamente, con nuestros problemas, como todas las naciones, pero con sabor a futuro, prosperidad, progreso y esperanza. Los dejo, que el día comienza, hoy no hay trancazo ni marcha, aprovechemos entonces para disfrutar de algunas horas de “normalidad” hasta que el día nos sorprenda con otra escena de esta serie de ficción llamada Venezuela.
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