Un fantasma recorre los pasillos de Miraflores, sale en las noches y deambula por los predios de la casona de misia Jacinta. Cuentan que el despacho presidencial es una habitación antisísmica y que fue eso lo que movió a Cipriano Castro a mudar allí su oficina desde la Casa Amarilla, de cuyo segundo piso había saltado en calzoncillos, usando un paraguas como paracaídas en medio de un terremoto (a los que tenía verdadero pánico). A pesar de ello, hay temblor en la primera oficina de la patria. No es para menos, según algunas encuestas, el 70% de los venezolanos desea la salida del presidente, pero en nuestro país la soberanía reside en el pueblo solo hasta que este decide ejercerla.
En este mundo al revés en que vivimos, si alguien pretende hacer uso los derechos que la Constitución le otorga para remover de su cargo al Presidente, pude ser tildado de golpista, fascista y hasta agente del imperio, como si los gringos hubiesen redactado nuestra Carta Magna. De hecho, el poder electoral, cuya misión es la de facilitar la expresión de la voluntad popular, es el principal obstáculo para que la misma se exprese.
La figura del referéndum revocatorio es de gran utilidad en países como los nuestros, en los cuales los gobernantes se olvidan con demasiada frecuencia de que trabajan para nosotros, de que son nuestros empleados y pagamos sus sueldos. Nuestra mentalidad caudillista omite eso casi siempre y tiende a creer que cuando recibe una casa o una beca, es una concesión graciosa de su majestad y no un derecho adquirido. Son muchas las veces que escuchamos decir a nuestros presidentes: “por ahí me quedó una platica que tengo guardada bajo el colchón, que voy a usar para tal o cual obra”. Mucha gente oye eso y piensa en la generosidad de este hombre, como si esa plata fuera suya. Todavía a estas alturas del siglo XXI, los que menos entienden la distinción entre lo público y lo privado son los que nos gobiernan, por eso usan los bienes del Estado para gastos de sus familiares, se los llevan de viaje con fondos nuestros a recorrer el mundo y ni hablar de cómo entienden la función política como vía para hacer fortuna. Son muy agudos a la hora de ver la paja en el ojo ajeno pero no ven las 4 mil millones de vigas en el andorrano ojo propio.
Venezuela puede tener un buen gobierno algún día. Un buen gobierno no es algo que viene de la noche a la mañana. Más aún, si aquí mañana llegase un buen gobierno, cuidado si no habría que revocarlo con mucho mayor fuerza de la que lo hacemos con uno malo, porque un país que lleva 200 años transitando el delgado hilo de la ilegalidad, podría resentir severamente un intento civilizatorio extremo. Debemos trabajar para conseguir de manera progresiva mejores gobiernos hasta que un día logremos tener en la administración de lo que es de todos a un equipo de personas verdaderamente capacitadas, honestas y respetuosas de aquellos que son sus jefes: nosotros, los ciudadanos libres. Para ello debemos entender que un buen gobierno es algo que también tenemos que merecer y la única forma de que eso suceda es nazca no solo del voto, sino también de nuestro corazón, de una noción de Venezuela menos utilitaria y egoísta, más de comunidad, solidaridad y bienestar compartido. La gran tragedia del régimen es que empeoró todos lo que antes estaba mal y creo males inéditos, inimaginables hace algunos años. Venezuela es la prueba de que las naciones nunca tocan fondo en su ruina y su miseria, por eso urge que los que se creen nuestros amos recapaciten. La debacle no es buena para nadie, no es inteligente propiciarla.
El fantasma, pues, sigue allí, los está corriendo de esa casa, no los soporta ya, no los va a dejar dormir. Por mucho que no lo quieran ver, la gente está muy mal y muy cansada. Esta semana, en Delta Amacuro (es un estado de Venezuela, por si no lo recuerdan porque le arrebataron su representación parlamentaria) saquearon un camión de basura para conseguir comida descompuesta. Búsquele todas las vueltas que quiera, Presidente, pero en el alma nacional ya usted es: el revocado.
Fuente: Tal Cual
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