COM-PASIÓN
Por Caterina Valentino
“Si conociéramos el verdadero fondo de todo tendríamos compasión hasta de las estrellas”.
¿Será que estamos perdiendo la capacidad de condolernos por lo que le pasa al otro?
¿Será que como sociedad nos hemos diluido en lo que constantemente criticamos?
¿Será que a fuerza de tanto ver a la bestia nos hemos vuelto ella?
¿Y si es así? ¿No será un mecanismo de defensa que hemos adoptado muchos para evitar que cada día esté lleno de dolor, prurito, y más dolor?
No nos culpemos; es sin duda, el acorazamiento que genera la resignación ante el propio sufrimiento y la insensibilidad ante el sufrimiento ajeno. Las imágenes de los niños desnutridos, como vienen a este país… y como se van de él, la gente hurgando en la basura para poder comer, los ancianos peleando su pedacito de dignidad para poder vivir, las caras de desesperanza y desasosiego por doquier, la apariencia física de este nuevo venezolano que ya no es el que fue. Es mucho, grueso y duro de digerir, lo sé. Por eso, no nos culpemos, pero tampoco nos acostumbremos. No puede ser lo que vivimos la norma. No puede el que creció en democracia subyugarse a esto. No podemos darnos el permiso de perder el asombro ante lo que pasa día tras día, aún cuando se escuchan con frecuencia las frases como: “Bueno, ya deberíamos estar acostumbrados”, “¿y qué se puede esperar?”, “esto ya es normal”. NO. Alto y mucho cuidado. Explico por qué: Ese es el primer paso para la rendición. Cuando algo ya no nos afecta no tratamos de cambiarlo, porque hemos decidido que es mejor así. Nos declaramos incompetentes, el asunto ya no lo podemos resolver nosotros, es más fuerte, nos ha vencido. Aparece la depresión, que lleva al conformismo y a la inacción.
Luis Pedro España, reconocido sociólogo, explica que pese a los sentimientos negativos que cada día son más notorios en el comportamiento del venezolano, éste debe tener muy en claro que las dificultades actuales no son algo permanente a lo que haya que resignarse para siempre, “porque es todo lo contrario, esto es totalmente modificable, y tenemos ejemplos de ello en otros países de América Latina que han pasado por etapas como ésta y las han superado”, expresó.
“¿Cómo no me van a dar ganas de llorar? Estoy aquí desde las cuatro de la mañana y da rabia hacer horas de colas y llevar una o dos cosas o nada. Estoy cansada de esto. Va de mal en peor”, dice Marling Durán, un ama de casa de 27 años, quien deja la fila pasado el mediodía. –El Nuevo Herald de Miami-
Con toda honestidad lamento mucho el llanto de Marling pero prefiero su llanto a su indiferencia. ¿Por qué? Porque el sufrimiento es un motor. Convirtamos el estiércol en fertilizante. Démosle utilidad a la tristeza. Y allí voy a mi segundo punto.
Aquí ya nadie cree en los oficialistas viceministerios para la suprema felicidad. Dejamos de creer por fin, en promesas. Nos hemos vuelto realistas, y a pesar de nuestro carácter amable, hemos comenzado a mostrar con contundencia lo que ya no estamos dispuestos a soportar.
Ésta, es una carrera para apasionados, a un estomago medio lleno, a una ciudadanía tan golpeada solo la puede mantener firme el deseo y la voluntad de lograr un mejor porvenir. Y ese hay que soñarlo con pasión, hay que lucharlo, y pelearlo con garra. Los sueños no se pretenden, se conquistan; acá un ejemplo de ello. Volvamos a la compasión, esa que nos hace más humanos y más solidarios, más sufridos sí, pero más despiertos; y volvamos a soñar, a redibujar el futuro, con entusiasmo, con pasión, esa que no es más que “una esperanza prolongada”, la que necesitamos viva hasta que nos topemos con la Venezuela llena de luces que, de seguro, nos espera allá afuera.
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