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Un rincón de Francia en Valencia; por @BarbasGourmet

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Tras un merecido día de playa en las costas de Vargas, que terminó en la avenida Baralt de Caracas degustando comida china, tal y como se los narré la semana anterior, salimos directo a la carretera atendiendo las ganas de recorrer Venezuela durante las fiestas carnestolendas, en busca de un buen postre.

Luego de un recorrido de un poco más de dos horas llegamos a la capital industrial del país: Valencia, ciudad donde me crié y de la cual conozco algunos sitos que pueden saciar el deseo de vivir una cómoda y dulce experiencia, en compañía de buenos amigos.

En esta oportunidad, coincidí con el chef Luis Esperanza, gran amigo que escogió a La Patisserie como el lugar de encuentro para ponernos al día de lo que ha pasado en nuestras vidas. Aunque en anteriores oportunidades había asistido, lo primero que impresiona es el gran cambio que realizaron a sus espacios, tras varios meses de remodelación que bien valieron la pena.

Doble reencuentro

El lugar muy bien iluminado aún huele a nuevo, como recién salido de un empaque. Las mesas de un blanco impoluto contrastan con las sillas marrones que se encuentran a un lado de la gran nevera que exhibe en un show de colores, toda la pastelería que les ofrecen diariamente a los clientes. Aquí nada es viejo, todos los postres se hacen para el día.

Una de las características de este sitio es que su variedad de postres no tiene nada que envidiarle a una pastelería en el centro de París, afirmación realizada por los mismos franceses que han visitado el lugar. La alta calidad de su selección de dulces se percibe desde el primer momento y se siente desde la primera mordida, lo que te hace olvidar el desbalance que tendrá el presupuesto de esa semana.

Pedazo de Francia en Valencia

Foto referencial: @BarbasGourmet

Comiendo con la vista

Siempre el momento más difícil es la escogencia del postre, a veces hasta más que un plato principal; porque la magia que hacen algunos pasteleros al crear estos dulces hace que los quieras todos, aunque al final únicamente puedas comer uno. Cremas, ganach, nevazucar y sirope se convierten en la kriptonita que doblega hasta al hombre de acero.

Primero pedimos un café con leche bien cremoso como ellos lo saben hacer, y después Luis Esperanza escogió un Fondant de Chocolate y este barbudo una Sfogliatella, también conocida como Cola de Langosta por su peculiar forma. La agradable temperatura dentro del local transformó el sitio en el escenario ideal para un reencuentro entre amigos, mientras nos protegíamos del intenso calor que siempre arropa a la capital carabobeña, tal y como otros hacían lo propio.

Compartiendo experiencias

Como buenos amigos, el encuentro no solo transcurrió charlando, al momento de degustar el postre el tema cambió radicalmente y nos concentramos en lo que cada uno tenía en el plato. En mi caso, al dar el primer mordisco a la Cola de Langosta me recordó la primera experiencia que tuve con este postre, pues en los 14 años que tiene esta pastelería sus dulces no han cambiado nada, lo cual hizo que repitiera la misma experiencia.

Una sfogliatella espolvoreada de nevazucar como si estuviera envuelta en terciopelo blanco muy delicado que cubre el hojaldre dorado de finas capas, de donde se escapa tímidamente el suave aroma vainilla de la crema pastelera. Este postre –a mi parecer– se disfruta tomándolo con las manos y propinarle un gran mordisco que te hace sentir el verdadero “crunch” de un buen hojaldre.

En cada bocado, sientes como cada capa se va partiendo en tu paladar, mientras se va mezclando con la abundante crema pastelera de un claro beige que tapiza tu gusto, sin empalagar la experiencia, más aún, cuando estas esperando dar el zarpazo al postre de tu amigo.

Un fondant de tentación

Por lo general, el fondant de chocolate lo acompañan con helado de mantecado, pero en esta ocasión Luis prefirió comer solo este volcán dormido que reposa en el plato de su comensal. El cuchillo se convierte en la llama que lo activa, pues al cortar erupciona una lava de chocolate  que se esparce por todo el plato.

Su forma de ponqué grande y redondo con la mezcla de dos chocolates en distinto porcentaje lo hace más provocativo, sobre todo, cuando su fuerte aroma a chocolate te invade por completo. Al degustarlo percibes su suavidad y frescura con el punto exacto de humedad, que al combinarse con el centro chocolate, termina por enamorar a quien lo prueba.

A los pocos minutos los residuos de lo que fue un postre ideal quedan en el plato, mientras las anécdotas y el ocaso valenciano nos dice que es hora de partir, no sin antes afirmar que este goloso encuentro nos hizo vivir “dulces momentos”, tal y como reza su eslogan.

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