El sol del ocaso varguense de estos carnavales nos cegó la mirada y nos derritió la piel después de un largo día de playa. ¡Me provoca un pescado frito!, exclamó Isaac, periodista y conductor designado para el regreso, mientras suspiramos los aromas de un buen pescado que se cuela en nuestras narices al recorrer la carretera que atraviesa todo el litoral. Y es que no hay nada que evoque más el perfume del mar, que un buen pescado frito -con tostones y ensalada- cuando eres de paladar amplio, e indiferente al 01 en boleta que tendrás después del examen de colesterol.
El retorno a Caracas continuaba al igual que las ganas de comer, pero la indecisión de Isaac, Hernando y mía, colapsaba entre los antojos de cada uno y las reducidas opciones gastronómicas que ofrece Caracas en pleno Carnaval.
El bombillo se le encendió a Hernando, amigo metódico con un índice académico envidiable y ciudadano de a pie de la tumultuosa Caracas, exclamó: ¡Los chinos de la Baralt!, y aunque la impresión por la referencia nos espantó, la curiosidad por este lugar, ubicado en una zona poco amigable, hizo que el miedo ante el inminente riesgo delictivo del sector se olvidara tras el relato de una rimbombante y exótica carta cargada de sabores familiares y extraños.
Un poco enredado
Para quienes se pierden fácilmente, llegar es una odisea. Pues aunque está a pocos metros de la avenida Baralt –a una cuadra del Instituto Nacional de Nutrición– dar con la ubicación exacta, luego de varias vueltas, es un verdadero estrés; mismo que se amilanó al conseguir un sitio preferencial en el estacionamiento ubicado al frente del establecimiento.
Nada glamoroso
Un pequeño local, de grandes mesas redondas y manteles con sombras de diversos colores, nos habla de su antigüedad y largo uso. Rápidamente tomamos una mesa, el restaurante sólo contaba con pocos clientes en las tres grandes mesas de Manaplas que se encuentran en la plata baja.
Una barra de cemento y cerámica con una nevera de refrescos, junto a un mal encarado cajero, es su tarjeta de presentación en este reducido ambiente, donde los olores de comida se mezclan como una orquesta sin director: nada puede identificarse bien.
La carta llegó a los pocos segundos. No hay sugerencias del chef o plato del día, sólo ordenar una comida de manera inmediata es la exigencia del mesonero con cara de pocos amigos, que atiende a los comensales en su limitado español. El necesario para llevar las riendas del negocio.
“Solo come y ni voltees a la cocina”, es una de las recomendaciones que escuché de Hernando –y de muchos otros- al entrar, frase que aunó a la exclamación: ¡Pero qué buena es la comida! Una referencia sine qua non de cualquier restaurant de comida china en Venezuela, la cual se adapta a la perfección a este famoso lugar, archiconocido por su peculiar referencia entre los amantes de la gastronomía asiática de Caracas, a tal punto, que la gran mayoría ignora su nombre real.
Recomendado
Cazuela de berenjena. Su intenso olor a especies te transporta de inmediato a algún lugar recóndito y concurrido de Asia ¡El primero que le venga a la mente! Pekín, Shanghai o Cantón, el que desees. Su presentación en una corriente cazuela, golpeada de tanto uso y rayada por los cubiertos de miles de comensales, que la han profanado en sus ganas de sumergir el tenedor hasta lo más hondo del plato, con el fin único de capturar un trozo de berenjena enmantillada de una salsa claroscura y turbia, que pudiésemos definir como un potaje, pero propia de la combinación de muchos ingredientes de aquella región del mundo, que te hace alucinar desde el primer contacto con tu lengua.
Este platillo es un contraste de sensaciones que nos pasea de lo suave a lo consistente y del sabor sutil hacia lo amargo o lo condimentado; mientras continuamos queriendo degustar bocado a bocado ese maravilloso plato al que se suman el pimento y la cebolla en trozos medianos, que acompañan a las berenjenas, sin robarle el protagonismo dentro de este escenario, que únicamente es derrumbado por el burdo sabor de las gaseosas frías.
El carrusel de sabores que vivimos bien valió la pena espera, que se extendió un poco más de la cuenta, pues aunque la fama de este local ha crecido, su personal y reducido espacio continúa siendo el mismo desde hace varias décadas, cuando quizás no iba tanta gente. A todas estas, al salir, tuve que reparar en el letrero de tan peculiar lugar para saber cómo se llamaba: La nueva casa de los chinos.
Por: @BarbasGourmet
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